Cuando pones a tu jefe en un pedestal, cuando no ves la realidad y cuando parece que siempre le estás pasando la franela, las cosas suelen salir mal. Aquí el porqué.
Los malos jefes nos vuelven locos. Los jefes geniales, por el contrario, son, bueno… ¡geniales! Nos tratan con respeto, desarrollan nuestras habilidades y nos ayudan a alcanzar nuestros objetivos, según Annie McKee de Harvard Business Review.
Tienen sentido del humor y saben cómo animarnos. Ellos nos inspiran y nos ayudan a reenfocar nuestras ideas cuando las cosas van mal. Es raro tener un jefe a quien admirar más raro aún es llegar a idolatrar a uno.
Durante mis investigaciones sobre liderazgo, paso mucho tiempo tratando de definir qué significa en realidad un excelente liderazgo (inteligencia emocional). También hago mi mayor esfuerzo por ayudar a la gente a convertirse en líderes resonantes, del tipo que construyen buenos equipos, alcanzan metas, actúan con integridad y ética y también se preocupan por la gente. Estos son los tipos de líderes que todos queremos y también son pocos y distantes entre sí. Entonces, ¿qué podría salir mal cuando tienes a ese poco común gran jefe?
En realidad, muchas cosas pueden salir mal cuando uno ama a su jefe. Y no, no me refiero a ese tipo de amor (que es un problema aún mayor). Me refiero a cuando pones a tu jefe en un pedestal, cuando no ves la realidad y cuando parece que siempre le estás pasando la franela.
Idolatrar a tu jefe es una muy mala idea. Aquí el porqué:
En primer lugar, este tipo de relación se caracteriza por tener emociones fuertes. Y las emociones fuertes, ya sean buenas o malas, pueden nublar nuestro juicio. Cuando nos dejamos llevar por sentimientos fuertes, no podemos analizar claramente a los demás, las situaciones e incluso a nosotros mismos. Esto se debe a que la cognición y el razonamiento pueden verse afectados por las emociones, incluso las positivos, lo que nos deja intelectualmente discapacitados. No vemos al jefe claramente, por lo que le permitimos cometer errores estúpidos y los apoyamos pasivamente. Incluso podemos llegar a encubrir sus errores. ¿A quién le sirve esto? A ti no, desde luego. Tampoco a tu equipo o la organización. Y en última instancia, no estás ayudando a tu jefe, tampoco.
Tu jefe también se siente bien cuando lo idolatras, y de igual manera se verá intelectualmente comprometido cuando esté inmerso en una telaraña de constantes comentarios positivos. En esta situación, los jefes corren el riesgo de salirse de la realidad y creerse las exageraciones que dicen sobre sí mismos.
Por lo menos, muchos de estos líderes se concentran demasiado en asegurarse de que les siga gustando – He visto a demasiadas líderes hacer lo que sea para conseguir que las personas les guste (e incluso los amen). Eso no es bueno para los negocios, y no es seguro. Si el objetivo es que le gustes a la gente, ¿cómo vas a tener conversaciones difíciles? ¿O dar tu opinión? ¿O dejarlos ir?
En segundo lugar, cuando un gerente y un empleado están en este tipo de relación, los demás suelen ser dejados de lado. Dando cabida al favoritismo, lo cual es normalmente el caso. Cuando tú y tu jefe son un dúo disfuncional, la gente se enoja. Ellos se unen y tratan de averiguar cómo hacerte bajar de tu pedestal y esto a menudo funciona. Entonces descubrirás la otra cara del favoritismo – ser un chivo expiatorio. Si tu jefe tiene favoritos, lo más probable es que también se distancie de ti – o incluso te culpe – cuando surgen los problemas. Y siempre surgirán problemas. La parte más triste de esta situación es que es muy común. Y cuando te derriban, tu ‘alucinado’ jefe encontrará a otro acólito y el desafortunado ciclo comienza de nuevo.
En tercer lugar – y para mí el más importante de todos – idolatrar a una persona poderosa es francamente peligroso. Hace poco me reuní con el consagrado equipo de liderazgo del Holocaust Memorial Museum de EE.UU. Los grandes historiadores y educadores en el museo han creado una poderosa experiencia que muestra la insidiosa caída al infierno que le puede pasar a través del tiempo cuando los líderes son adorados y se cree que no hacen nada malo.
Hemos visto este juego dinámico en las dictaduras de todo el mundo. Es cierto que hay un largo camino entre el escenario mundial y el lugar de trabajo, pero las dinámicas humanas subyacentes no son tan diferentes. Cuando nos encontramos en una situación en la que permitimos a nuestro jefe caer, o cuando sacrificamos nuestra ética personal “al menos un poco” por nuestros amados jefes, estamos conduciéndonos hacia problemas.
Así que… ¿Amar a tu jefe? No es malo. Sólo mantén tus ojos bien abiertos.
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