Cuando la guillotina cae sobre su cuello, el director técnico (DT) de un equipo de futbol, de cualquier liga profesional del mundo, no duda en utilizar una frase: “así es mi profesión, soy esclavo de los resultados”. Al escuchar estas palabras, cualquiera podría suponer que el trabajo de un entrenador, por alguna extraña razón, está sometido a una clase de maldición, a una fuerza del destino potencialmente injusta y caprichosa.
La realidad es menos dramática. “Ser esclavo de los resultados” es una circunstancia común en la actualidad. Para comprobarlo, basta con remitirnos al quehacer cotidiano de empresarios y emprendedores. Si la organización que dirigen no satisface metas básicas (nivel de ventas, ahorros operativos, participación de mercado), los hombres de negocios acaban sintiendo “el rigor de los resultados”, el cual se puede materializar en pérdidas de capital, cierre de operaciones, o peor aún, en el fracaso de la iniciativa empresarial.
No obstante, el entrenador de un equipo de futbol sí puede dar buenas lecciones sobre un tema vital para el éxito de cualquier negocio: el liderazgo de equipos. Al vivir bajo la permanente exigencia de ganar partido a partido, los llamados “profes” necesitan desarrollar habilidades particulares para conquistar la lealtad de sus jugadores… y de los resultados.
Y si la sabiduría del DT del balompié puede resultar útil en la dirección de un negocio, qué mejor que analizar los casos de dos de los entrenadores más reconocidos y exitosos del momento. Dos figuras respetadísimas en el ámbito futbolístico mundial: Josep “Pep” Guardiola, DT del F.C. Barcelona, y José Mourinho, DT del Real Madrid C.F.
Primer tiempo: NO SEAS JEFE
En lo personal, Guardiola y Mourinho no podrían ser más diferentes. El catalán –DT del Barça– se muestra como un hombre tranquilo, modesto, indiferente a la popularidad y enemigo de las declaraciones extravagantes ante la prensa. El portugués –DT del Real Madrid– personifica el lado contrario: carácter exaltado, soberbio, fuente inagotable de ironías y burlas que los medios de comunicación globales esperan ansiosos. Sin embargo, más allá de la diferencia en estilos –y en lo que representa la primera lección que pueden aportar a un empresario–, estos DTs, a lo largo de sus carreras han asumido el rol de líderes y no de jefes. Entre ambos conceptos, la distinción es muy importante: “Un jefe ostenta un puesto que le otorga el derecho a ser obedecido. Los miembros del equipo u organización no tienen otra opción más que acatar sus instrucciones”, dice Ricardo Aparicio, director del Centro de Investigación para Familias de Empresarios del Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresas (Ipade).
El líder, por otro lado, es alguien cuya visión es reconocida y compartida por el grupo; es una persona a la que se sigue por convicción, por empatía con los métodos y objetivos que plantea. Mourinho y Guardiola, según múltiples reportes de la prensa deportiva, son DT que hablan mucho con sus dirigidos. Una comunicación que seguramente resulta fundamental para consolidar su liderazgo positivamente en distintos aspectos: convencer a los jugadores sobre la viabilidad del proyecto común, sobre la calidad y solidez de la estrategia, y sobre la importancia de alinear los talentos a la meta que todos persiguen. La capacidad para lograr los resultados y el contar con un estilo de juego bien definido son dos valores que no se imponen con el simple peso de la jerarquía.
Para quien lleve las riendas de un negocio, el consejo no podría ser más contundente. Cuando se es un simple jefe, la obtención de los resultados deseados siempre será incierta, ya que el compromiso del equipo no es pleno y profundo –en otras palabras, el éxito o el fracaso estará determinado exclusivamente por las instrucciones de una persona. En el caso contrario, gracias a la labor de un líder, las metas de la empresa son una aspiración colectiva, un objetivo por el que todos los dirigidos están dispuestos a trabajar y sacrificarse.
Segundo tiempo: ALINEA EL TALENTO
Todo parece indicar que Guardiola y Mourinho son líderes capaces de crear y comunicar una visión. Sin embargo, actualmente, ambos DTs enfrentan retos importantes en términos del manejo del equipo. El DT del Barcelona, en teoría, encara un partido más fácil: su visión está bien cimentada en los miembros de su equipo. En su escuadra plagada de estrellas jóvenes (varias de ellas, campeonas del mundo con la selección española), hay un estilo de juego definido, cada miembro del equipo desempeña el papel que le corresponde y lucha por el resultado colectivo.
El F.C. Barcelona es un “once” sólido y eficiente. Un rasgo que también debe caracterizar a las empresas exitosas, donde “el talento está al servicio del equipo y el equipo está al servicio del talento”, apunta Aparicio, del Ipade. Además, en una estructura así –que alinea visión del líder, estrategia compartida y convicción del equipo– la solidez de la organización queda mejor protegida ante eventualidades negativas.
Por ejemplo, en el caso de una baja importante (la lesión de un jugador, o la renuncia de un socio o gerente), aunque la incorporación del nuevo elemento implique una curva de aprendizaje, la visión de equipo sostiene los procesos y los roles que permiten obtener el resultado deseado.
Esto explicaría por qué una lesión de Lionel Messi, considerado hoy como el mejor jugador del mundo, no desploma el rendimiento del Barcelona, y al mismo tiempo, por qué el desempeño del argentino en su selección nacional no ha sido el esperado (en la escuadra albiceleste, al menos en los últimos años, no hay una visión de juego clara).
El DT del Real Madrid, que nunca jugó profesionalmente al futbol, enfrenta un reto distinto, uno que también se presenta en los espacios empresariales. La escuadra madrileña es una galería de talentos enormes... y egos inflamados. En ese sentido, Mourinho debe integrar, en una estrategia colectiva, a jugadores cuya autoestima –alimentada por la fama y la fortuna– los hace sentirse imprescindibles, intocables. Y en una compañía o en un “once”, la comunidad de los egos puede conducir al desastre.
“Son situaciones en donde la agenda personal se pone por encima de la institucional. Y en esos casos siempre se corren riesgos. Si los distintos proyectos individuales no son compatibles entre sí, los resultados de la organización se ven comprometidos”, dice Aparicio, especialista en cuestiones de factor humano en las empresas.
Aún es pronto para saber si Mourinho logrará controlar los egos que dominan el vestidor del Real Madrid. La expectativa es que lo logre: en sus trabajos previos (Oporto, Inter de Milán, Chelsea), lidiando con estrellas de distinta magnitud, el portugués sí consiguió diseñar una visión de equipo.
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