Entre los planes de Margoth Villavicencio no estaba ser empresaria. Pese a ello la gerente general de Prorecove, el segundo distribuidor de materiales de construcción del país, este año prevé facturar cien millones de soles. En 1994, con veinte años en el área de ventas de la empresa –entonces estatal– SiderPerú, se creía una empleada indispensable. Hasta que a raíz del proceso de privatización fue despedida. Lloró sin parar. Al día siguiente creó su negocio. Consciente del pésimo servicio que la empresa brindaba al pequeño comprador, cuando aún empleada de SiderPerú planteó a varios de esos compradores unirse y hacer un gran pedido de fierros. Le pidieron ayuda, que fuera ella quien los agrupara. Eso hizo. Margoth los sirvió a cambio de nada.
En un país donde la viveza es una institución, ella bien pudo haber pedido su ‘coimisión’, y con seguridad nadie habría reclamado. Total, esos clientes por vez primera se sentían bien atendidos. Pero no, la honestidad fue siempre su norte. Y, precisamente, la razón por la que Margoth calmó su llanto fue porque decidió emular ese modelo: hacer acopio de pequeños pedidos para realizar compras importantes a SiderPerú. Pero esta vez ya como persona independiente, como empresaria, como Prorecove. Tenía un inconveniente: su indemnización había sido una miseria, y sin capital y ni un almacén para los fierros no era mucho lo que iba a poder hacer. Entonces la imagen de honestidad que ella había construido hizo efecto.
Los pequeños compradores comenzaron a depositar en su cuenta cuatro mil, cinco mil, seis mil dólares de adelanto por las toneladas de fierro que solicitaría. Su confianza en ella era absoluta. Pero la honestidad no bastaba; si Prorecove ha llegado hasta donde está es porque esta empresaria vive en permanente actualización. Ha hecho un curso de Negociación en Harvard, por ejemplo.
Casos como el de Margoth Villavicencio aquí no son una rareza. Esto no quiere decir, sin embargo, que su comportamiento, sus valores marquen una tendencia en el proceder de la empresaria peruana promedio. Lo que sí tiene en común con otras es que la necesidad la llevó a crear una empresa. De no haber sido despedida, probablemente hoy ella seguiría siendo una eficiente empleada.
Por ahora, un universo inasible
Durante siete años –hasta setiembre del 2011–, en la sección Economía del diario El Comerciopubliqué semanalmente entrevistas a empresarias, ejecutivas y emprendedoras sociales. Fueron 371 representantes de rubros distintos y orígenes socioeconómicos disímiles. ¿Qué tenían en común? Todas comparten una historia de coraje, perseverancia y visión positiva. Más allá de esto, aparentemente no habría una línea entre ellas, pues las hay provenientes de hogares armónicos como disfuncionales, con o sin estudios superiores, una relación estable o no con sus parejas. Eso sí, en todos los casos, si son madres para ellas el desarrollo de sus hijos ocupa un lugar especial en sus vidas.
En comparación con el empresario varón, he encontrado en ellas mayor transparencia y voluntad para compartir sus errores sin temor. Saben reírse de sus “metidas de pata”. En algunos casos, son personas acostumbradas a que la sociedad –desde chicas– les haya puesto más de un obstáculo.
A Rosario Maggi, quien con sus dos hermanas lidera Iticsa –el fabricante líder de aditivos para la construcción–, desde que estaba en el colegio le decían que era una locura querer postular a la UNI. En la academia hubo chicos que la censuraron por querer tentar un cupo. Le estaba quitando la oportunidad a un hombre, le decían. Estaban convencidos de que ella jamás iría a ejercer, pues al concluir la profesión seguro se casaría, y adiós carrera. “¿Qué pasa, tienes miedo?”, les contestaba, y los mandaba a estudiar.
Pero su experiencia corresponde hacia a fines de los sesenta. Hoy, según Elsa del Castillo, directora de la Escuela de Posgrado de la Universidad del Pacífico, quien además dictó por lustros el curso de Introducción a los Negocios a los cachimbos de ese centro de estudios, la situación es otra. El porcentaje de alumnos de acuerdo al género es muy similar, y la relación entre ellos, sana y abierta. Eso sí, cuando les preguntaba cómo se veían a los 40 años, las respuestas de las chicas destacaban por el grado de detalle. Sabían dónde irían a hacer su posgrado, si se casarían o no, e, incluso, a qué edad serían madres.
Volviendo a las empresarias, debemos reconocer que –a diferencia de lo que ocurre con la mujer ejecutiva– sobre éstas casi no hay investigaciones. Sí es ampliamente sabido que –según las empresas microfinancieras– son mejores pagadoras que los varones.
Mujeres batalla
¿Cuál puede ser el impacto de la mujer empresaria en nuestra economía? Me animo a señalar un rasgo que pude captar gracias a un hecho fortuito: la solidaridad.
El 2007 publiqué un libro que reunió una selección de mis entrevistas. A la presentación invité a todas las emprendedoras que conocía. Finalizado el acto, ellas comenzaron a interactuar. Se ‘conocían’ a través de mi trabajo periodístico. Una planteó una próxima reunión. Así ocurrió. Diseñadoras de moda, empresarias del rubro entretenimiento, turismo, panificación; cabezas de transnacionales y de gremios de artesanos. Un grupo disímil que decidió vincularse pese a tener posturas completamente opuestas en ciertos puntos. Primaba el respeto.
En cuestión de meses decidieron reproducir su ejemplo en mujeres y jóvenes de escasos recursos. Forjaron así la Asociación Mujeres Batalla (Amuba), identificaron un grupo humano con el cual trabajar: madres de familia de Tingo María, Huánuco, que sufrían maltrato doméstico. En equipo, estas empresarias –pese a sus múltiples compromisos, a no tener tiempo– crearon un centro de producción y comercialización de plantas exóticas que dio empleo digno a un grupo de beneficiarias al que le cambió la vida.
¿Por qué lo hicieron? Sintieron que ése era su deber con el país. Hoy han iniciado un nuevo proyecto que compromete a todas sus empresas con el reciclaje. Su apuesta ahora es por el medio ambiente, por un país mejor.
¿Una situación similar se habría dado en caso de que los personajes fuesen varones? No podemos afirmarlo ni negarlo. Lo cierto también es que esta voluntad de trabajar por los demás no es una línea de conducta común de toda empresaria peruana. Pero existe, y ésta es una excelente señal, pues la imagen del empresariado local aún es débil, genera desconfianza en los sectores socioeconómicos más pobres del país.
Es de destacar que con esta acción las integrantes de Amuba no pretendían beneficios particulares. No hubo difusión de marca o nombre de ninguna empresa. Un hecho inusual, a diferencia de grandes empresas que más bien procuran a toda costa promocionarse como socialmente responsables. A estas empresarias, en cambio, las motiva realmente la solidaridad.
¿Cuál será la consecuencia de que cada una de las organizaciones de estas mujeres incorpore modelos de reciclaje que además involucrarán a sus trabajadores? Cabe destacar que en las microempresas, medianas y pequeñas empresas no suele haber áreas de recursos humanos. Es decir, la mayor motivación de estas empresarias no estaría determinada por el bien de su personal, sino que éste se daría ‘de carambola’.
Por cierto, Margoth Villavicencio es parte de Amuba. Este año se cumplen 18 desde que fue despedida, los mismos que tiene su empresa. Para el personal femenino de Prorecove, ella es un referente, la valoran como mujer, madre y empresaria. Situación similar me ha tocado experimentar en la mayoría de las empresas de mis entrevistadas. Éste sería otro aporte a nuestra economía de parte de ellas: el ejemplo, que ayuda a construir una sociedad con una visión más sana, dispuesta a luchar, a no agachar la cabeza, y que toma como pauta los valores de la líder.
Por lo visto, estos aportes –la solidaridad y el ejemplo– son espontáneos, no son parte de una estrategia de marketing, no hay detrás ninguna urgencia por vender nada. Éste, en sí, sería otro aporte más.
Por Antonio Orjeda
Periodista, director de la revista Mujeres Batalla
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